Entre los innumerables beneficios que la naturaleza brinda al ser humano para su desarrollo y para el perfeccionamiento de su calidad de vida, la energía atómica viene cobrando protagonismo desde la segunda mitad del último siglo y será, al parecer, un importante foco de energía para el futuro.
Por tal motivo la Asociación Nueva Argentina teniendo en cuenta uno de sus ejes de Educación y Trabajo, a través de su Presidente el Licenciado Ángel Walter Arjona, recuerda en este día, este paso importante de nuestra nación hacia el desarrollo y el progreso.
Esta fecha se celebra en conmemoración del 31 de mayo de 1950, día en que se creó en la Argentina la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Este organismo dirige y organiza desde su nacimiento la investigación y experimentación destinada a aprovechar la energía nuclear, fundamentalmente orientada a dos propósitos: la explotación de yacimientos de uranio y la producción de energía eléctrica. Uno de los mayores logros de esta comisión fue crear las condiciones para producir “uranio enriquecido”, destacando en este aspecto a nuestro país a nivel mundial. A la luz de la realidad, queda clara la importancia de los diversos tipos de combustible para el normal desarrollo de la actividad humana.
La mayoría de ellos provienen de yacimientos petrolíferos y represas hidroeléctricas, pero previendo la escasez de combustible estimada para las próximas décadas (sobre todo por el agotamiento del petróleo), será de vital importancia también la energía eléctrica que pueda producirse, y en la que nuestro país tiene la capacidad suficiente para destacarse si se actúa con cordura, visión, esfuerzo y planificación.
En la actualidad, según la CNEA, los combustibles fósiles -carbón, petróleo y gas- contribuyen con un 63 % de la producción eléctrica, la hidroeléctrica representa alrededor del 19 %, la nuclear un 17 % y la geotérmica el 0,3 %, mientras que la solar, eólica y biomasa contribuyen en conjunto con menos del 1 %. Los primeros indicios de la energía atómica deben reconocerse ya a algunos filósofos griegos de la época de Jesucristo, quienes lograron reconocer el átomo y lo definieron como “las últimas partículas a las que se llega dividiendo la materia”. De allí la palabra “átomo”, que en griego significa “indivisible”. Este primer aporte básico no sufrió grandes agregados hasta que en 1806 un investigador inglés (Dalton) sentó las bases de la ciencia atómica moderna. Sin embargo, distaban todavía mucho sus aportes de imaginar al átomo como un núcleo con protones, neutrones y electrones girando a su alrededor. Tales componentes fueron descubiertos sucesivamente en 1897 (los electrones, partículas con carga negativa), 1911 (protones, con carga positiva) y 1932 (neutrones, con carga neutra).
Así llegó a demostrarse que la diferencia entre los átomos de diversos elementos está precisamente en el número de protones, neutrones y electrones que los conforman. La energía atómica proviene, pues, de la obtención en gigantescos “hornos” de una cierta reacción de los átomos de uranio, que permiten poner en funcionamiento las turbinas que accionan los generadores eléctricos de energía, a un costo mucho menor y sin los riesgos de contaminación que producen los combustibles fósiles.
Es de destacar el papel de nuestro país en el uso pacifico de este recurso, en medio de un mundo de tantos conflictos y amenazas, y que continuamente renueva su firma en el pacto de no proliferación de armas atómicas, y con el propósito único de usarlo para fines benéficos.